Muero maldiciendo aquellos momentos,
cuando no tuve la convicción necesaria,
dominado por las dudas, la debilidad, el miedo.
Ese instante fugaz en que te perdí…
Fue noche de traición y de misterio,
cayendo en brazos de quien siempre me engaña,
y huimos ambos, sobre el mar dormido,
haciendo del lecho un vasto cementerio.
Me cubro todo de sudor helado
y pálida queda mi alma, cual marchita flor
ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
parezco en vida haber muerto.
Igual resultaría a los eternos dioses,
quién de ellos verse frente a ti pudiera,
en el extremo de la barra, acodado:
¡Feliz si gozase uno de ellos,
de tu palabra suave, de tu suave risa!
Fuego etílico dentro mi cuerpo,
febril veneno: mis ojos dudosos
vagan sin rumbo, los oídos hacen
ronco zumbido…
Fue trágico y fatal mi adulterio,
víctima de situación extrema y tan aguda
una mujer a quien mis dedos siempre soñaron,
pero nunca sintieron.
A mí ahora en el pecho el corazón me oprime,
sólo con recordarte: ni la voz acierta,
de mi garganta a emitir un lamento; y rota
calla esta lengua maldita.
Ahora, de ti nada me queda.
Sólo tengo esta pluma que maldice
y llora sin consuelo tu ausencia,
como lloro yo tu silencio.